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Siempre hemos vivido en el castillo – Shirley Jackson

Siempre hemos vivido en el castillo no es una novela de terror, pero sí es inquietante y oscura.

La historia es muy misteriosa:

Las protagonistas son Constance y Merricat, dos hermanas que viven con su tío inválido en la casa familiar. El resto de la familia fue asesinada hace seis años, en esa misma casa. Alguien puso veneno en la cena, y aunque la policía no pudo probarlo, todo el pueblo está convencido de que fue Constance. Por eso, los tres viven aislados y se relacionan lo menos posible con sus vecinos. Así son felices, les gusta su vida. Pero un día llega de visita el primo Charles, y eso hace que todo cambie.

Los personajes son extraños:

Merricat es la narradora, vivimos toda la historia a través de su voz. Aunque tiene dieciocho años, ella habla y piensa como si fuera una niña pequeña, así que todo lo que nos cuenta es poco fiable. No sabemos hasta qué punto es verdad, o si tal vez es otro de sus juegos. Porque a Merricat le gusta enterrar cosas y hacer conjuros, y nos lo explica de tal forma que realmente te hace dudar de si es una bruja y de verdad está haciendo hechizos, o si simplemente son travesuras infantiles.

Constance tampoco es una persona normal. Se ocupa con mimo y paciencia de su hermana y de su tío, limpia, cocina, siempre sonríe y nunca se queja por nada. No encuentra nada extraño en el comportamiento y las manías de Merricat. Hace seis años que no sale de casa, y no parece echar de menos el mundo exterior.

El tío Julian era un hombre sano y fuerte cuando se sentó a cenar aquella noche, y sobrevivió de milagro. Ahora, sentado en su silla de ruedas, dedica todo el tiempo a intentar recordar y escribir hasta el más mínimo detalle de aquel día y de aquella cena. Se está muriendo, su mente no funciona bien, así que interroga constantemente a Constance. Y ella le contesta a todo con paciencia, además de hacerle de enfermera.

Con estos tres personajes, la autora consigue crear una historia llena de tensión e intriga. Sus interacciones, sus diálogos, cómo se miran, y lo que piensa Merricat de su familia, se combinan para atrapar la atención al lector. Es fascinante intentar descifrar qué significa y cuánto hay de verdad en todo lo que estamos leyendo.

Lo mejor de Siempre hemos vivido en el castillo es su atmósfera.

Desde las primeras páginas te das cuenta de que estás ante algo diferente de todo lo que has leído nunca. Por ejemplo, cuando Merricat describe su visita al pueblo para comprar comida:

«Siempre pensaba en la putrefacción al acercarme a la hilera de tiendas; pensaba en quemar la podredumbre negra y dolorosa que lo corrompía todo desde dentro y tanto daño hacía. Eso era lo que deseaba para el pueblo».

Se respira algo maligno. Los vecinos son crueles, los niños cantan una canción burlona cuando la ven pasar, pero ella se los imagina muertos, en su mente ve sus cuerpos, se ve a ella misma pisoteándolos. Sí, está claro que el mal está al acecho, pero, ¿de qué lado?

Aunque está localizada en una época moderna, la atmósfera de toda la narración es gótica, oscura, con frecuentes referencias a la magia.

Shirley Jackson sabe jugar con las palabras para envolver al lector en una red de sospechas. Te hace dudar, te da pistas falsas, te obliga a cuestionarte por qué los personajes actúan como actúan. La inquietud va creciendo en cada página, porque sabes que te falta información, hay algo que no te han dicho. Y sin embargo, no puedes evitar ponerte de parte de las hermanas. En mi caso, además, me encariñé con Connie, la supuesta asesina, porque es tan dulce y abnegada que no pude evitarlo.

En realidad Siempre hemos vivido en el castillo no debería gustarme:

Por una parte, deja sin explicar preguntas fundamentales. Cuando acaba la novela sigues sin entender algunas reacciones y algunos sucesos, lo que hace que le falte coherencia interna a la historia. Por otra parte, el primo Charles es demasiado transparente, me parece un personaje demasiado simple en comparación con los otros tres, que son deliciosamente complejos.

Y sin embargo, he disfrutado muchísimo con esta lectura.

Siempre hemos vivido en el castillo está muy bien escrita, es literatura de calidad. Por poner solo un ejemplo, me llamó mucho la atención cómo la autora utiliza los tiempos verbales para combinar dos tipos de pasado. Merricat está contándonos un recuerdo, durante el que a su vez estaba recordando, y todo eso desde el presente. Cualquier aspirante a escritor debería analizar con cuidado esa escena.

Pero lo mejor de esta novela es lo que me ha hecho sentir: inquietud, impaciencia, nerviosismo pero también ternura y admiración. Porque la relación entre las hermanas, aunque enfermiza, es de auténtico cariño, y hay momentos muy bonitos en esta historia.

Siempre hemos vivido en el castillo es también una denuncia:

Se habla del odio y el miedo que causa la intolerancia, y el daño que se produce cuando no aceptamos a los que son diferentes. A lo largo de la historia, la tensión entre el pueblo y las hermanas va creciendo, y desemboca en una escena que realmente me aterrorizó.

Otro de los temas mencionados en la novela es el egoísmo. Me gusta mucho el contraste entre el materialismo y la avaricia de Charles, y la generosidad de Constance, capaz de perdonar incluso que sus tíos se negaran a acoger a su hermana en su casa y la obligaran a ir a un orfanato.

En resumen, Siempre hemos vivido en el castillo es una excelente novela, y una lectura perfecta para Halloween. Sobre todo si, como yo, no quieres leer novelas de terror. Os la recomiendo mucho.

¿Qué opináis vosotros? Si habéis leído este libro, ¿os gustó tanto como a mí? Si no lo habéis leído, ¿os apetece darle una oportunidad? Espero vuestros comentarios.

Por hoy me despido hasta la próxima entrada. Hasta entonces, ¡seguid disfrutando de la lectura!

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2 comentarios

  1. Flecha-literaria Flecha-literaria

    Sí que lo es, yo lo pasé genial con la lectura, te lo recomiendo.

  2. Patricia Sánchez Hernández Patricia Sánchez Hernández

    ¡Suena realmente inquietante e intrigante! Gracias por la propuesta.

Los comentarios están cerrados.