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Tranquilas-Historias para ir solas por la noche – Varias autoras

Tranquilas es una antología de relatos cortos con un tema común: el miedo que sufrimos las mujeres que queremos vivir plenamente.

Todos los relatos son muy distintos entre sí.

No solo por el tono y el estilo, sino también por el aspecto concreto que tratan. En ellos se habla de abusos sexuales y violaciones, pero también de políticas públicas de seguridad ciudadana, de la importancia de la solidaridad, o de los peligros de viajar sola, entre otros asuntos.

Pero hay un hecho concreto que se repite en varios de estos textos: muchas de sus autoras coinciden en que los crímenes de Alcàsser marcaron un antes y un después en la vida de las mujeres españolas. Tanto por el horror en sí, como por su tratamiento mediático, este suceso supuso una toma de conciencia incluso para las que eran niñas pequeñas en aquel momento.

En Tranquilas, las agresiones sexuales se analizan desde diferentes puntos de vista.

Algunos relatos hablan de niñas que huyen asustadas por cómo las miran ciertos hombres, y escapan justo a tiempo. Pero también conoceremos a menores que no tienen tanta suerte. En el relato titulado Nunca tranquilas, Gabriela Wiener escribe:

«A mí y a todas las niñas peruanas nacidas en los setenta, hombres jóvenes, de mediana edad y viejos nos han mirado las piernas con babas en las comisuras y nos han metido la mano por debajo de la falda, a pleno día. Y si te pasaba, mala suerte, no había a quién mirar, a quién recurrir o a quién llorar. Ser acosadas poco a poco se vuelve la aceptación de nuestro destino». 

Las niñas aprendemos muy pronto que nuestro sexo implica estar constantemente en peligro.

De hecho, se nos educa en el miedo y en la sumisión. El relato que mejor lo demuestra es Grita, de María Fernanda Ampuero, del que extraigo dos fragmentos:

«Cuando pasa junto a los hombres mi mamá se encoge, se joroba, mira al suelo y aprieta el paso. En el cordón umbilical de la calle, mamá me dio de comer de su miedo».

«Si ellas no lo cuentan, es porque no es tan importante, así que yo tampoco digo nada».

Cuando la niña protagonista de esta historia crece, se transforma en una mujer incapaz de defenderse ante un hombre. Al encontrarse en una situación peligrosa piensa:

«Estoy aterrorizada, y sin embargo, no quiero ofenderlo». 

Esa frase me parece estremecedora. Para mí, los relatos protagonizados por niñas pequeñas han sido los más duros, tal vez porque no son un tema habitual en la literatura. Ahora mismo solo recuerdo haber leído una novela en la que se trate este asunto: Cada noche, cada noche de Lola López Mondéjar. Por cierto, os la recomiendo, es excelente.

Tranquilas muestra también los peligros que acechan a las adolescentes.

Estos relatos retratan experiencias reales, muy frecuentes. El asalto en el portal, por desgracia, es un clásico. Tanto como los chicos que intentan propasarse, y te pegan cuando tú les pides que paren. O los hombres que te gritan obscenidades por la calle.

Tampoco faltan los adultos (siempre hombres, ¡qué casualidad!) que en vez de ayudarte y punto, se creen con derecho a hacerte un interrogatorio: ¿Y ese era tu novio? ¿Y por qué te pones esa ropa? ¿Has bebido?

Estas experiencias hacen que, al llegar a la edad adulta, las mujeres tengamos el miedo muy interiorizado.

Sabemos que estar en la calle de noche es peligroso. Muchas nos asustamos si oímos pasos detrás de nosotras. Aunque nos apetezca ir caminando, cogemos un taxi, que es más seguro y llegamos antes. Antes de entrar en nuestro edificio miramos a todos lados, por si hubiera alguien. Incluso valoramos si es prudente coger el ascensor, como refleja el relato Teatro de objetos de María Folguera:

«¿No es una regla básica no subir en ascensor? El ascensor atrapa, retiene, concede tiempo al adversario. Podría haber un adversario dentro del ascensor, o, peor, fuera, cuando salgas, en el rellano de tu piso».

Lo peor es que a veces, a pesar de todas las precauciones, sucede.

¿Qué hacer cuando ves que la violación es inevitable?

Tranquilas nos muestra a algunas mujeres que se encuentran en esa situación.

En el relato Follación de Lucía-Asué Mbomío Rubio, encontré un párrafo que me impactó profundamente:

«La follación es la estrategia que desarrollas cuando no quieres tener relaciones sexuales con un chico, y ves que él va a hacerlo con o sin tu consentimiento. Básicamente se trata de dejar de luchar, de pensar que no pasa nada, que es solo un polvo más con un tipo que ni te va ni te viene y que, a diferencia de lo que pueda parecer, no es algo que haces por él, sino para evitarte el trauma subsiguiente o la muerte. Eso no es un sí, porque tú dijiste no. Dijiste no. Dijiste no. Es una de las miles de estrategias de supervivencia física y mental que las mujeres implementan desde hace siglos».

También puede ser que el miedo te bloquee hasta tal punto que no seas capaz de desarrollar ninguna estrategia:

«Me duele de verdad, pero no se lo digo: tengo miedo de que quiera pegarme, de que si lo acuso de que me ha violado, decida hacerlo con más saña, usando objetos, marcándome para siempre».

Lo que pasa después es muy importante. En Tranquilas se aborda este problema desde distintas perspectivas.

A veces, la mujer que ha sufrido una agresión sexual ni siquiera la identifica como tal. Otras veces tiene claro que ha sido un abuso, pero no sabe cómo contarlo. Porque nos han inculcado que la culpa es nuestra, que algo habremos hecho, que si nos hemos puesto en peligro no tenemos derecho a quejarnos. Carmen G. de la Cueva lo explica perfectamente en El extraño detrás de un arbusto:

«Pero ¿cómo hablar? ¿Cómo escribir algo que, socialmente, puede llegar a marcarte como víctima y como puta para siempre?»

Creo que el principal problema es la normalización. Se asume que si una mujer sale de fiesta, o viaja sola, o hace autostop, o se viste de cierta manera, ya sabe que va provocando, y lo que le pase es culpa suya. Nadie se plantea que nosotras tenemos derecho a hacer lo mismo que los hombres. Porque, en la práctica, si intentamos ejercer ese derecho, siempre somos castigadas. Los relatos de Tranquilas lo dejan muy claro.

¿Qué se puede hacer para evitarlo?

Lo fundamental es la educación. Pero hay otros factores importantes que no se tienen en cuenta. Me parece muy interesante este párrafo del relato Tierra hostil. Una mujer viajando sola, escrito por Jana Leo:

«¿Por qué no hay autobuses de línea para ir a la discoteca, o a las fiestas de otros pueblos? ¿Por qué no hay un reglamento básico sobre la seguridad en los portales? ¿Por qué los parques no son seguros? Una posible respuesta es que esas medidas no afectan a la población con alto poder económico. No incidir en el elemento económico al hablar de la violencia de género es dar por sentado que sobre la violación no se puede hacer nada».

Tranquilas aborda también el punto de vista de las madres.

En Bautismo, Aixa de la Cruz nos presenta a una mujer embarazada, que reflexiona sobre cómo educar a la hija que espera:

«La violencia sexual cotidiana, la que resulta estadísticamente frecuente, ya la conozco. […] No hipotecaría la libertad de mi hija a cambio de que se librara de sufrirla, no creo que compense vivir con miedo, pero entonces, ¿por qué sigo dejando que me defina? ¿Cómo nos curamos de esto?»

Por eso el feminismo es tan importante.

Edurne Portela lo explica así en Primero fueron los mocos, después el ninjutsu:

«Mis miedos e inseguridades, los sentimientos de culpa y de vergüenza se han transformado y han encontrado respuesta y explicación gracias al feminismo; también he encontrado a hombres aliados que me demuestran que hay otras formas de vivir la masculinidad; sé que no estoy sola peleando por ocupar el espacio que nos corresponde, en lo público y en lo privado».

Pero, para que funcione, es necesario incluir a todas las mujeres. Por desgracia, a veces somos nosotras mismas las que discriminamos, o incluso agredimos. Es muy importante que seamos autocríticas, y aprendamos a detectar nuestra propia misoginia interiorizada. O nuestro racismo, o transfobia, o cualquier comportamiento que nos haga discriminar a las que deberían ser nuestras aliadas.

Me encanta cómo se trata este tema en el relato Sin miedo de Roberta Marrero:

«No podemos dejar que el terror al “otro”, una de las grandes bazas del machismo, nos convierta en opresoras; si queremos vivir sin miedo, tenemos que empezar por dejar de atemorizar nosotras mismas. Y, sobre todo, escucharnos las unas a las otras, que la máxima “Yo te creo” no funcione solo con las mujeres que son como nosotras, sino también con aquellas que viven su vida en el otro extremo de la existencia, y cuya opción, por sernos desconocida, no tiene por qué anular nuestra capacidad de empatía».

Tranquilas, historias para ir solas por la noche es un libro imprescindible.

Para ser justa, tengo que admitir que no todos los relatos que contiene me han gustado. Alguno me pareció exagerado, y otros no consiguieron emocionarme.

Pero es muy importante que las mujeres hablemos claramente de lo que nos preocupa. Es necesario denunciar, concienciar, exigir una solución al problema. Es fundamental que nuestros hijos, hermanos, maridos, jefes, compañeros de trabajo, y todos los hombres con los que coincidimos cada día, lean estas historias; para que se pongan en nuestro lugar, y se enteren por fin de que el mundo no es como ellos lo ven.

Por eso recomiendo estos relatos, que son directos, muy claros y críticos. Lo he pasado mal leyéndolos, porque me han indignado y dolido las situaciones que explican. Pero a veces es necesario pasar un mal rato, para tomar conciencia y poder cambiar nuestra realidad.

¿Qué opináis vosotros? ¿Habéis leído este libro? ¿Os apetece darle una oportunidad? Espero vuestros comentarios.

Por hoy me despido con un abrazo para todos. ¡Leed mucho!

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Un comentario

  1. Flecha-literaria Flecha-literaria

    Muchas gracias Ana. Creo que es una denuncia necesaria y además la mayoría de los relatos están muy bien escritos. Si te animas a leerlos, me encantará conocer tu opinión.

Los comentarios están cerrados.