Canto a mí mismo es un poemario provocativo, que conecta con nuestros instintos naturales y proclama la libertad del individuo frente a las restricciones sociales.
Canto a mí mismo es un título arrogante.
Y algunos de sus poemas también lo parecen.
«¿Que me contradigo?
Sí, me contradigo. ¿Y qué?
Yo soy inmenso y contengo multitudes».
Si te quedas en la superficie, puedes creer que este libro es insufrible de puro narcisista. Pero no es así, la clave está en estos versos:
«Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también».
La naturaleza es la maestra del poeta.
También es su refugio, su aliada, su amiga y una fuente de gozo que nunca falla.
Los animales son sus compañeros:
«No preguntan
ni se quejan de su condición;
Y no me molestan discutiendo sus deberes para con Dios…
Me muestran el parentesco que tienen conmigo,
parentesco que acepto».
Las personas no somos superiores a ningún otro ser vivo.
Pero el tema central de Canto a mí mismo es el ser humano.
Whitman sostiene que todos somos iguales y estamos conectados.
Con nuestras virtudes y nuestros defectos, somos eternos y poderosos.
«Nada perece.
Y el morir es una cosa distinta de lo que algunos
suponen.
¡Y mucho más agradable!»
Todos los cuerpos humanos son bellos, cada parte de nuestro cuerpo es un milagro en sí mismo. Y nuestro espíritu es invencible.
«Soy sagrado.
Y no torturo mi espíritu ni para defenderme
ni para que me comprendan.
Las leyes elementales no piden perdón».
El poeta es un demócrata convencido.
Le gusta vagar libre por el mundo, mezclándose con todo tipo de gentes.
«Que se sienten todos:
el malvado
y el justo.
No desdeño a ninguno.
No habrá diferencias
ni privilegios para nadie».
Y su mensaje es claro:
«Largo tiempo has soñado sueños despreciables.
Ven, que te limpie los ojos…
y acostúmbrate ya al resplandor de la luz.
Ahora tienes que ser un nadador intrépido.
Aventúrate en alta mar, flota,
mírame confiado
y arremete contra la ola».
En Canto a mí mismo hay momentos duros.
Como ya anticipó al principio del libro, Whitman no niega lo malo del ser humano. Igual que invita a los malvados a su mesa, también retrata con detalle algunas de sus acciones:
«Siento a la madre que ayer fue quemada en la hoguera
por hereje, ante la mirada de sus hijos;
y al esclavo perseguido como un zorro por los perros;
lo siento vencido,
apoyado en la cerca,
sin aliento,
sudoroso…
Siento las punzadas de su corazón,
sus piernas dobladas,
su cuello caído sobre el pecho
y los balazos asesinos».
Con estos versos se me saltaron las lágrimas.
Pero esa empatía que utiliza para hacernos llorar es precisamente nuestra mejor arma para hacer un mundo mejor.
«No le pregunto al herido cómo se siente,
me convierto en el herido».
Y tenemos otra, dos frases que bastan para dar sentido a cualquier vida:
«Aquel que camina una sola legua sin amor,
camina amortajado hacia su propio funeral».
Leer a Whitman es un desafío.
En un momento estás disfrutando de la pura belleza de sus palabras; al siguiente te golpea con la fealdad del mundo; después te lleva con él, a navegar por el Mar Ártico, y al final te invita a emprender tu propio camino. No sabes lo que te vas a encontrar en el siguiente poema. Puede ser la descripción de una batalla, o la serenidad de una vaca pastando.
Este poeta sorprende, estremece, a veces incluso repugna. Y me apasiona.
Si no lo conocéis, por favor, leed alguno de sus poemas, porque no os dejarán indiferentes. De hecho, a mí me resultan inspiradores. Además, me encanta su tono desafiante y reivindicativo.
«Cuanto yo señale como mío
debes tú señalarlo como tuyo,
porque si no pierdes el tiempo escuchando mis palabras».
¿Habéis leído este libro? ¿Os apetece darle una oportunidad? ¿ Cuál es vuestro poema favorito de Whitman? Espero vuestros comentarios.
Por hoy me despido con un abrazo para todos. ¡Leed mucho!